Hace más de un siglo, los primeros inmigrantes japoneses llegaron al Perú en busca de nuevas oportunidades. A pesar de las dificultades, su legado ha perdurado a través de generaciones.
La inmigración japonesa al Perú comenzó el 3 de abril de 1899, cuando el barco «Sakura Maru» trajo a 790 inmigrantes desde Yokohama. Este grupo, compuesto exclusivamente por hombres, había sido contratado para trabajar en las haciendas azucareras de la costa peruana. Sin embargo, para entender cómo Japón eligió al Perú como destino, es necesario remontarse a la era Meiji (1868-1912), cuando el gobierno japonés promovió la migración para combatir el desempleo rural. El primer movimiento migratorio japonés ocurrió en 1868, cuando 148 japoneses partieron hacia Hawái. Perú fue el siguiente país en la lista, que buscaba mano de obra para su floreciente industria azucarera.
Una figura clave en este proceso fue Augusto B. Leguía, quien en 1898, mucho antes de ser presidente de la República, era gerente general de la British Sugar Company. A través de su recomendación, la Compañía de Emigración Morioka se interesó en el Perú, y gestionó ante las autoridades japonesas el envío de inmigrantes.
Aunque existía reticencia tras el incidente del barco María Luz, que involucró la liberación de culíes chinos, el Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación entre Perú y Japón, firmado en 1873, permitió la inmigración por contrato. Así, se inició el reclutamiento de trabajadores japoneses mediante anuncios que prometían tierras prósperas y un clima adecuado para los inmigrantes, como lo destaca Mary Fukumoto en su libro Hacia un nuevo sol.
Tras la llegada del primer grupo, le siguieron 82 contingentes más hasta 1923, incluyendo mujeres y niños. En total, 18,727 japoneses llegaron al Perú bajo contratos laborales de cuatro años. Sin embargo, debido a los malos tratos y el incumplimiento de los términos, muchos japoneses abandonaron las haciendas antes de completar sus contratos y migraron hacia las zonas urbanas. Algunos incluso se aventuraron a ir a Bolivia.
A partir de 1924, la inmigración continuó bajo un nuevo sistema llamado yobiyose (migración por llamada), donde los inmigrantes ya establecidos llamaban a sus familiares y amigos para que se unieran a ellos. Durante este período, se consolidaron los negocios japoneses en Perú, desde fondas hasta peluquerías, y se fortaleció la comunidad gracias al sistema tanomoshi, una especie de fondo cooperativo que permitía a los japoneses acceder a capital para emprender.
En paralelo, la comunidad comenzó a organizarse en instituciones como la Sociedad Central Japonesa, fundada en 1917, y en gremios de comerciantes y peluqueros. También se crearon medios de comunicación, como el boletín Jiritsu en 1909 y el periódico Andes Jihō en 1913. Además, se establecieron escuelas en varias ciudades del país, que llegaron a ser 49 en total.
Estos primeros años de la inmigración japonesa, hasta el período previo a la Segunda Guerra Mundial, fueron cruciales para la formación de la comunidad nikkei en el Perú, que hoy sigue siendo un pilar importante en la cultura y sociedad peruana.