El muelle de Pescadores: La desolada playa que pone en crisis a los jaladores de Chorrillos

Jaladores en la autopista. Fotografía de Juan Diego Cabello
Jaladores en la autopista. Fotografía de Juan Diego Cabello

Muchos jaladores se reúnen para apoyarse entre todos y así lograr alcanzar a más clientes, aunque resulte incómodo para las personas

Tras la llegada del verano, no podemos dejar de imaginar el panorama en las costas de la capital, acostumbrados a ver las playas llenas y abarrotadas de lo poco o nada de lo que podríamos definir como una muchedumbre de gente, acercándose más a una gigantesca sauna humano bajo el abrumador calor del verano. Por lo mismo resulta interesante conocer cómo antes de la llegada de esta estación, y con un clima que varía de día en día, aquellos que trabajan arduamente y sin descanso durante el calor, ven la clientela reducida en su semana, siendo el ambiente casi desolador pudiendo o no encontrar alguien dispuesto a disfrutar de las maravillas de la playa en un día tan casual.

Sin ser el destino más concurrido por turistas o visitantes durante los días laborables, por el mismo atareo que la sociedad impone. Vemos como muchos de los negocios que surgen aquí se ven afectados día tras día, no necesariamente por una crisis o una época, sino por el inclemente horario que trae consigo una vida en urbe limeña. ¿Cómo cada uno de estos emprendimientos encuentran la fuerza y el capital para seguir siendo rentables cuando sus mejores días son los fines de semana? Preguntas que necesariamente crean una duda en aquellos que solo van a disfrutar del día un sábado o domingo.

Poco o nada recuerdo de la última vez que estuve en algún muelle del Perú, pero al visitar el Muelle de Chorrillos un martes, bajo un clima templado y el mar tranquilo, observé como muchos de los negocios luchan más en estos días por encontrar un alma interesada en adquirir su producto, o alguien hambriento al que ofrecer almuerzos.

Nada más llegar nuestra movilidad fue interceptada por un grupo de 6 jóvenes entre venezolanos y peruanos, que en esencia jaladores, sus miradas frías, sus comportamientos invasivos recordaban a los cobradores de cupos con esa actitud y desdén que se suele asociar a los miedos más fijos de los peruanos durante los últimos días. Enfrentar una situación que a primera vista pone en riesgo la vida, se disipa rápidamente cuando nos ofrecen un almuerzo marítimo a 40 soles y, que como muy pocas veces en la vida de un visitante es difícil rechazar por el hecho que ellos mismos son quienes persiguen sobre quien ven un posible cliente. Esta técnica muy intrusiva se vuelve en estos días un recurso desesperado, siendo el principal modo que encuentran para obtener clientes en las desoladas playas del muelle de Pescadores.

“No hay otra manera, porque de ahí te miran feo y no te hacen caso, uno tiene que insistir e insistir hasta convencerlo, sino no vendes y eso es peor” nos cuenta Carlos que trabaja desde más activamente desde que terminó la pandemia, y es que muchos de ellos encuentran en esta labor el sustento de una familia.

“Yo me la busco, a mi nadie me da gratis, yo noma debo luchar habiendo o no habiendo, como ahora que no hay nadie”, y es que en casos como este surge un segundo método que llega a poner en riesgo sus vidas.

Muchas jaladoras, como Mercedez caminan largas distancias para encontrar clientes. Fotografía y composición de Juan Diego Cabello

Parándose en una división de la autopista, esperan ansiosos la llegada de cualquier vehículo, auto particular, taxis e incluso buses turísticos, que para estos tiempos se vuelven una mina de oro que no pueden desperdiciar. Pararse en mitad de la pista requiere de valentía para confiar en que el conductor no malinterprete las intenciones de los jaladores y puedan detenerse a escucharlos. Este primer paso es necesario para poder llamar la atención, pero una vez que el futuro cliente se vea interesado a nuestros amigos no les queda más que correr al lado del vehículo para guiarlos al local, con la esperanza que estos no se arrepientan de haberlo aceptado, en todo caso mucho de su esfuerzo será en vano.

“Bueno a veces sucede, te aceptan, pero cuando llegan en esta bajadita, ven otros restaurantes y se deciden por otro, como dices lo que hacemos no es muy cómodo para la gente, pero también no hay otra manera pues, sino se escapan y uno pierde clientes.” Nos cuenta Alexander que tras escuchar la entrevista logró convencer a un vehículo y lo llevó al restaurante al volver nos contó un poco de lo que mayormente suele suceder. Con jaladores yendo y subiendo, pudiendo o no convencer a la gente y esforzándose al máximo para que muchas veces sean ignorados y pierdan clientes.

Adentrándonos más a la playa, existen también mujeres que al igual que sus compañeros varones aplican mucho de la misma técnica para convencer a aquellos que se cruzan con ellas, sus palabras halagadoras, las descripciones que dan de sus comidas, llegando incluso a reducir el precio del plato para conseguir clientes, demuestra una vez más lo difícil que puede llegar a ser para ellos un día de semana en un lugar que debe principalmente del turismo.

Demostrando los frescos de los productos, el pescado recién salido del mar, ofrecen sus platos a exorbitantes precios, y aun así convencer a aquellos perdidos, resulta que su lucha se vuelve más fiera cuando son 2 o más jaladoras que se encuentran con un mismo futuro cliente, ya que no sólo convencen al cliente de seguirla sino de ofrecer una mejor oferta que su compañera, aquí cada persona cuenta.

“Así es aquí, todos con todos tratando de convencer a todos, no puedo esperar a que termine de hablar, ahí me meto, al final si puedo ganar quedo mejor.” Menciona Gloria con una vibra que pareciera ser dueña de todo el muelle, su personalidad eufórica y facilidad de palabra alagando al cliente y ofreciendo sus platos no hacen más que aumentar con cada segundo que uno pasa escuchándola.

Alejándonos un poco de los restaurantes nos encontramos con Mercedes quien es madre de familia y trabaja con su esposo y algunos amigos en un emprendimiento de paseos en bote a la gente, al no ser un producto sino un servicio resulta más complicado convencer a la gente de invertir parte de su tiempo en un paseo por las aguas del pacífico, razón por la cual desde que llegué la vi caminar de un lado a otro del muelle buscando a algún interesado en subir a su bote.

“Así es todos los días, más los fines de semana, ahí si hay gente, ahora no mucho. Hay que buscar porque si no, no vienen” menciona y hay mucho de verdad en sus palabras encontrar clientes durante las tardes resulta más complicada razón por la que no pudo estar mucho tiempo con nosotros, al ver que no estábamos interesados, a diferencia de los demás, luego de tratar de convencernos no pudo detenerse y siguió buscando a quien más invitar a su pequeña, pero muy seguramente acogedora embarcación que es el principal sustento de su hogar.

Hablar del muelle de Chorrillos es sinónimo de playa, paseos en barcos, almuerzos marítimos, pero también de la gente que recorre de punta a punta esas calles y avenidas buscando personas a quien convencer para alcanzar un cliente más.

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