Detrás de cada puesto callejero hay historias no contadas: vidas marcadas por la lucha, la superación y la fortaleza. Estos comerciantes encarnan la lucha diaria por un futuro mejor, a pesar de las circunstancias.
A las 3 de la mañana, Lima se encuentra aún en silencio, pero en las calles, un grupo de vendedores ya se prepara para enfrentar un nuevo día. Los mercados callejeros ubicados en el distrito de la Victoria comienzan a cobrar vida con el murmullo de las voces y el sonido de carretillas que se arrastran por el pavimento. Estos espacios, que se convierten en auténticos núcleos de actividad, son el reflejo de la lucha diaria de muchas personas que, impulsadas por la necesidad, han encontrado en el comercio informal su única vía de subsistencia.
Este mercado es un microcosmos de lucha, donde cada rostro tiene una historia de supervivencia y esfuerzo. Entre ellos está Evelyn, una joven madre de 25 años, que se dedica a vender zapallo para mantener a su familia.
Evelyn es madre de dos hijos: un bebé recién nacido y una niña de siete años. Su vida cambió drásticamente cuando el padre de su primera hija la abandonó, dejándola sola para criar a sus hijos. Antes de dedicarse a la venta de zapallos, ella caminaba por Gamarra y los alrededores recogiendo botellas de plástico para reciclar.
«Muchas veces tenía que cargar a mi hija en la espalda, porque se cansaba. Me quedaba hasta las 11 de la noche o incluso hasta la 1 de la madrugada reciclando botellas, porque a esa hora la gente bota más basura. Siempre lloraba al recordar a mi madre, que me decía que debía terminar la escuela, estudiar algo. Pero no le hice caso. A los 18 años me enamoré perdidamente del padre de mi hija, y cuando se enteró de que estaba embarazada, decidió hacerse el desentendido. A partir de ahí, sabía que tenía que luchar por mi bebe.»
A pesar de las adversidades, Evelyn decidió seguir adelante. Las malas decisiones que tomó en su juventud la llevaron a una situación difícil, pero nunca dejó que la desesperación la venciera.
«Mis amigas me decían que aún estaba a tiempo de hacerme un lavado, que podía salvar mi futuro. Pero yo sabía que no podía hacerlo. Tenía que asumir mis responsabilidades, enfrentar las consecuencias de no haber escuchado a mi padre. Siempre me decía que los hombres prometen el cielo y la tierra, pero una vez que obtienen lo que quieren, te abandonan. Nunca olvidaré esas palabras.»
Ahora, Evelyn vive con Pedro, su nueva pareja, un hombre de 39 años que trabaja como prestamista y también maneja una mototaxi en sus tiempos libres. Juntos, enfrentan las dificultades del día a día, siempre con la esperanza de construir un futuro mejor para sus hijos.
A unos puestos de distancia, encontramos a Juana, una mujer de 50 años que llegó a Lima desde Ayacucho a los 14 años, buscando una vida mejor. Pero la suerte no estuvo de su lado. Le prometieron un trabajo como empleada doméstica, pero terminó trabajando en el mercado de La Parada desde las 2 de la mañana hasta las 3 de la tarde, y luego debía continuar con las labores domésticas en la casa de sus patrones.
«Mi vida nunca fue fácil. Mi madre me golpeaba hasta dejarme inconsciente cuando era niña, y mi padre murió cuando yo tenía solo un año. Por eso decidí venir a la capital, buscando un mejor futuro para mí y para ayudar a mis hermanos. Soy la mayor de cinco.»
El relato de Juana se oscurece aún más cuando cuenta que, a los 16 años, fue abusada por el esposo de su patrona. Meses después, al notar que estaba embarazada, fue confrontada y expulsada de la casa con solo la ropa que llevaba puesta.
«Cuando me echaron, lo único que tenía era la ropa que llevaba puesta. Con lo poco que había ahorrado, compré dos sacos de papas, y para la balanza tuve que pedir prestado a una amiga del mercado. Poco a poco, fui construyendo un pequeño capital y pude salir adelante con mi hijo en camino. Mientras tanto, veía pasar a mi ex patrona junto a su marido, el padre de mi hijo.»
Hoy, Juana vive en su propia casa de cinco pisos en la Avenida Riva Agüero que construyó con el fruto de su trabajo. Aunque sus hijos le piden que deje de trabajar, ella sigue saliendo cada madrugada, convencida de que quedarse en casa la enfermería.
Después de caminar por el mercado, nos detuvimos a tomar un café caliente para soportar el frío de la madrugada, y fue entonces cuando conocimos a María, una joven madre soltera de 22 años. María vende pan con chicharrón y café, y ha convertido su pequeño puesto en su única fuente de ingresos.
«Ser madre soltera no es fácil, pero por mi hijito hago todo lo que esté a mi alcance. El padre de mi hija nos abandonó, fue así que cuando me quedé sola, tenía que encontrar una manera rápida de ganar dinero. Sabía hacer buen pan con chicharrón, lo aprendí de mi mamá, y pensé que si a mi familia le gustaba, a los demás también. Empecé con miedo, con una pequeña mesa en la calle, y ahora, todas las madrugadas, la gente viene a buscar su desayuno calentito. Me levanto a las 3 de la mañana para tener todo listo. Es duro, pero cuando veo la sonrisa de mi hijo, sé que vale la pena.»
María no tiene días de descanso. Cada mañana, el aroma del chicharrón fresco y el café recién colado atrae a trabajadores, carretilleros y vecinos. Sus manos hábiles preparan los panes con precisión, mientras sueña con algún día abrir su propia sanguchería.
Pero en este mercado, no discrimina de dónde vengas. Así es como conocimos a Jhonny y Ana, una joven pareja venezolana que llegó a Lima en busca de un mejor futuro. Al igual que muchos migrantes, encontraron en las calles una manera de sobrevivir.
«Llegamos a Lima hace tres años, escapando de la crisis en Venezuela. Dejamos todo atrás: nuestra casa, nuestros trabajos, nuestra familia. Al principio fue muy difícil, pero un día, caminando por el mercado de 28 de Julio, vimos que los limones siempre se vendían rápido. No teníamos mucho dinero, pero compramos una pequeña cantidad y empezamos a vender en la calle. Así fue como encontramos nuestra manera de salir adelante.»
Ahora, Jhonny y Ana han logrado estabilizar su negocio de limones. Cada madrugada traen grandes sacos de limones del mercado mayorista de Santa Anita, y poco a poco, han construido una base de clientes fieles. Aunque el camino ha sido difícil, ambos sueñan con un futuro más próspero.
«Vendemos aquí porque la gente siempre necesita limones, sobre todo en verano, para el ceviche y las ensaladas. Aunque a veces es complicado, siempre buscamos el lado positivo. Cada día es una oportunidad de mejorar,» comenta Jhonny mientras llena las bolsas de limones frescos para sus clientes.
Las historias de aquellos que venden en las calles son un poderoso testimonio de la resiliencia humana ante la adversidad. Para muchos, como Evelyn, Juana, María, Jhonny y Ana, la venta en la calle no es solo una elección, sino una necesidad impuesta por las circunstancias. La falta de oportunidades laborales formales y el deseo de sostener a sus familias los llevan a improvisar un camino en el comercio informal, donde cada día representa una nueva lucha por la supervivencia.
Sin embargo, estas narrativas no solo son relatos de dificultades; también son historias de valentía y determinación. A pesar de los desafíos, estos vendedores muestran una increíble fortaleza y creatividad, adaptándose a las circunstancias y encontrando en la calle un espacio para generar ingresos y construir un futuro. Cada venta que realizan es un paso hacia la estabilidad, un esfuerzo por ofrecer una vida mejor a sus seres queridos y una demostración de que, aunque la vida pueda ser dura, la esperanza y la dignidad siempre prevalecen.
Al reflexionar sobre la realidad de estos comerciantes, es fundamental reconocer la importancia de la empatía y el apoyo hacia quienes se encuentran en situaciones vulnerables. La próxima vez que veamos un puesto de venta en la calle, recordemos que detrás de cada producto hay una historia de lucha, sacrificio y, sobre todo, de la inquebrantable voluntad de salir adelante. Su esfuerzo es un recordatorio de que, ante la adversidad, siempre hay una luz de esperanza, y que cada uno de nosotros puede contribuir a crear un entorno más justo y solidario para todos.